Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 18 de septiembre de 2021

El mesianismo de Jesús, el servicio y la cruz


El domingo pasado (24 del Tiempo Ordinario, ciclo "b") leímos en el evangelio de la misa el diálogo entre Jesús y sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo?, ¿quién soy yo para vosotros? Después de que Pedro afirmó que Jesús es el mesías, él explicó qué tipo de mesianismo es el suyo. 

Sus contemporáneos esperaban un mesías poderoso, como David, que debería restablecer el reinado de Israel y acabar con la dominación romana. Pero Jesús se presenta como un mesías humilde, que viene a servir, que debe padecer y morir por los pecadores. 

Es el primer anuncio de la pasión, al que seguirán otros dos (Mc 9,30-32; 10,32-34). Esto provocará una crisis entre los discípulos, ya que iba contra sus ideas. Pedro rechaza que el mesías pueda sufrir, y se lo hace saber. Como la mayoría, esperaba un mesías triunfante, por lo que intenta convencer a Jesús de que se aparte de la vía del sufrimiento. 

Es la misma tentación que le había presentado el diablo después del bautismo. Por eso, Jesús le llama Satanás y le dice que esa manera de pensar corresponde a los hombres y no a Dios.

Este domingo (25 del Tiempo Ordinario, ciclo "b") escuchamos el segundo anuncio de la pasión a los discípulos, que eran de la misma opinión que Pedro, pero no tenían intención de profundizar en el tema: «no entendían este lenguaje y les daba miedo preguntarle» (Mc 9,32). 

Ellos también esperaban un mesías político, por eso discuten en varias ocasiones sobre quién será el más importante en el reino; es decir: quién conseguirá mayores beneficios cuando se establezca. 

Por eso la madre de los Zebedeos quiere puestos de honor para sus hijos y pide a Jesús: «Que se siente uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino» (Mc 10,21). Hoy lo podríamos traducir por: «Que uno sea ministro de economía y otro, ministro del interior». 

El domingo de Ramos, la gente aclama: «Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David» (Mc 11,10). Incluso el día de la ascensión preguntan a Jesús: «¿Es ahora cuando vas a establecer el reino de Israel?» (Hch 1,7). 

En nuestros días, algunos autores presentan a Jesús como un mesías político, movilizador de los pobres contra los ricos o comprometido en la lucha contra las autoridades judías y contra los romanos. Pero la interpretación de los evangelios es muy distinta. Jesús establece un reino «que no es de este mundo» y que solo se puede entender a partir de su predicación.

Si lo pensamos bien, el rechazo de Pedro y de los discípulos al sufrimiento del mesías sigue siendo la actitud ordinaria de los cristianos contemporáneos: ¿Por qué Jesús «debe» sufrir y morir?, ¿por qué Jesús insiste en que «es necesario» que él padezca para poder salvarnos? (cf. Mt 16,21, Mc 8,31, Lc 9,22), ¿por qué su muerte violenta corresponde al proyecto de Dios?, ¿por qué sufrimos los creyentes?

Dos mil años después, el misterio de la cruz sigue siendo escándalo para los hombres religiosos y necedad para los intelectuales, pero fuente de sabiduría y de fortaleza para los creyentes (cf. 1Cor 1,18-24). La Escritura da un testimonio firme de que no hay contradicción entre el mesianismo de Jesús y su sufrimiento, entre su filiación divina y su muerte.

Los discípulos de Jesús estamos llamados a amar como él, a servir como él, a perdonar como él. Esto conlleva sufrimientos. Cuando llegan, es el momento de abrazarnos a la cruz y caminar de la mano con Cristo, confiando en el poder salvador de su resurrección.

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