Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 15 de septiembre de 2021

María a los pies de la cruz


Hoy es la fiesta de la Virgen de los Dolores, por lo que en esta entrada vamos a hablar de la presencia de María a los pies de la cruz de Jesús, tal como lo cuenta san Juan evangelista.

Empecemos recordando que María solo aparece dos veces en el evangelio de san Juan: al principio (en la boda de Caná) y al final (a los pies de la cruz).

En ambos casos Jesús la llama «mujer»: «mujer, aún no ha llegado mi hora» (en Caná), «mujer, ahí tienes a tu hijo» (junto a la cruz).

Jesús hace referencia al llamado «protoevangelio», el primer anuncio de salvación, realizado inmediatamente después del pecado original. Entonces, Dios dijo a la serpiente: «Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza cuando tú la muerdas en el talón» (Gen 3,15).

La «hora» de Jesús coincide con su muerte en la cruz, cuando la serpiente primordial (el demonio) intenta morderle en el talón, para acabar con él. Sin embargo, la muerte de Cristo es el momento en el que él pisa la cabeza de la serpiente, venciendo sobre el pecado y la muerte.

En Caná, Jesús dice a María que ese momento aún no ha llegado. Junto a la cruz le dice que ya ha llegado la «hora», a la que asocia a su madre.

Todo el evangelio de Juan se encamina hacia la «hora» de Jesús, en la que coinciden su muerte y su glorificación, cumpliendo el proyecto salvador del Padre. Por eso, después de la última cena, exclama: «Padre, ha llegado la hora» (17,1). Cuando llega la «hora» de Jesús, su madre está junto a él (19,25-27), como lo estuvo al inicio de su actividad pública, cuando realizó su primer signo (2,1-12).

El primer signo de Jesús se realizó por intercesión de su madre que, de alguna manera, adelantó la «hora» de su manifestación: «Así, Jesús realizó su primer signo, se manifestó su gloria y los discípulos creyeron en él».

Ella también se encuentra presente en el momento definitivo, cuando la «hora» prefigurada en Caná llega a cumplimiento.

Desde la cruz, Jesús asocia a su madre a su «hora», que es también la hora de María, figura y realización de la Iglesia, que permanece de pie junto a la cruz y que recibe del Señor el encargo de acoger a los discípulos como hijos. 

En el momento supremo, «Jesús, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu» (Jn 19,30) sobre María (imagen de la Iglesia) y el discípulo amado (que representa a cada creyente).

María sigue siendo la madre de todos los creyentes y nos acompaña en nuestros sufrimientos, dándonos consuelo y esperanza, amparándonos bajo su manto protector.

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