Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 13 de septiembre de 2021

¡Oh, Cruz fiel! Fiestas en honor de la santa cruz de Cristo


El 3 de mayo y el 14 de septiembre se celebran fiestas en honor de la santa cruz de Cristo. Antiguamente, suponían el inicio de la primavera y del otoño en el hemisferio norte. En ambos casos se ofrecían a Dios los frutos de la tierra, se daba gracias a Dios por la creación y se bendecían los campos, para pedir una buena cosecha.

La fiesta de mayo se unió al recuerdo de unos acontecimientos del siglo IV: el encuentro de la cruz en Jerusalén por santa Elena y a la consagración de una basílica sobre el Gólgota, que se llamó el "Martirium" (= el lugar del testimonio).

La fiesta de septiembre se unió al recuerdo de unos acontecimientos del siglo VII: la incursión de los persas en la Tierra Santa, que destruyeron los templos y monasterios cristianos y se llevaron sus tesoros como botín de guerra. El emperador de Bizancio consiguió recuperar los objetos robados y restituyó la reliquia de la cruz a la ciudad de Jerusalén. 

De modo que ambas fiestas tenían que ver con el calendario agrícola y con recuerdos relacionados con la ciudad de Jerusalén y la antigua basílica construida sobre el Gólgota, el lugar donde Jesús murió en la cruz.

Hoy ambas fiestas pasan desapercibidas para la mayoría, pero tuvieron mucha importancia en otras épocas. 

El 3 de mayo, por ejemplo, comenzaban los horarios de verano (se levantaban antes, porque había más horas de sol y se organizaban las horas de una manera apropiada al tiempo más caluroso). 

El 14 de septiembre comenzaban los horarios de invierno (se levantaban más tarde, porque también amanece más tarde y se organizaban las horas de otra manera, porque ya habían terminado los trabajos de la cosecha y de la vendimia, por lo que podían dedicarse a otras actividades).

El himno más apropiado para las fiestas en honor de la cruz es el que escribió san Venancio Forunato a finales del siglo VI, que dice: "¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! / Jamás el bosque dio mejor tributo / en hoja, en flor y en fruto! / ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!..."

Efectivamente, la cruz es fiel, dulce y hermosa. Y lo es porque en ella murió el testigo fiel y veraz, en ella podemos contemplar al más hermoso de los hijos de los hombres, de ella cuelga el fruto más dulce de cuantos hay en el mundo entero.

Santa Teresa de Jesús nos invita a poner los ojos en el crucificado para comprender lo que es la verdadera fidelidad y el verdadero amor, no el fabricado en nuestra imaginación, sino el que se revela en la entrega de Jesús, que voluntariamente abre sus brazos en la cruz para darnos el perdón y la paz. Solo mirándole a él comprenderemos que no podemos ser "esposas" del crucificado y no participar de su cruz.

El himno que citábamos al inicio habla de las preciosas hojas, flores y frutos de la cruz. No se trata del árbol del Paraíso, que era de hermoso aspecto y apetitoso para comer. Jesús crucificado parece esconder su hermosura y su cuerpo herido y ensangrentado no se nos hace muy apetitoso.

Y, sin embargo, en su entrega amorosa descubrimos la belleza del plan de Dios sobre los hombres, preciosamente explicado por san Juan de la Cruz en su poema "el Pastorcico", que hemos citado otras veces.

Bendito sea Jesús, bendito sea su amor, bendita sea su sangre, bendita sea su cruz. Amén.

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