Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 2 de enero de 2022

Primer domingo del año


La Navidad no ha terminado. La Iglesia sigue celebrando el llamado "tiempo de Navidad" hasta el domingo que sigue al 6 de enero, en que celebramos el bautismo del Señor.

Donde el 6 de enero es festivo, ese día se celebra la Epifanía del Señor (popularmente conocida como fiesta de los Reyes Magos). En los demás sitios, la Epifanía se celebra hoy, primer domingo después de año nuevo. 

Quienes hoy celebramos el domingo segundo de Navidad volvemos a leer en misa el evangelio del día de Navidad: el prólogo de san Juan, que nos recuerda que la eterna Palabra de Dios se hizo carne en el vientre de María y puso su morada entre nosotros. 

Quienes hoy celebran la Epifanía leen el evangelio de la adoración de los sabios venidos de Oriente. 

Unos y otros damos gracias Jesús, Hijo de Dios, que se hizo hermano nuestro al nacer de la Virgen María y que permanece siempre a nuestro lado, todos los días hasta el fin del mundo.

En esta entrada quiero compartir con ustedes un soneto de Luis de Góngora y Argote (1561-1627) titulado «A Cristo en la Cruz», en el que el poeta se pregunta qué cosa resultó mayor hazaña en Jesús, si humanarse en carne mortal o morir en la Cruz por salvar a todos los hombres. 

Responde el poeta que morir por amor es algo inmenso, pero que la encarnación es algo aún más grande, porque es mayor la distancia de Dios al hombre que de del hombre que nace al hombre que muere.

El Hijo de Dios, por amor a nosotros, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos. Se hizo pequeño para hacernos grandes, se hizo débil para hacernos fuertes, asumió nuestra humanidad para hacernos partícipes de su divinidad. ¿Somos conscientes de lo que estamos celebrando en estos días? Les dejo con el poema:

Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes;
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho.

Pero más fue nacer en tanto estrecho
donde, para mostrar en nuestros bienes
a dónde bajas y de dónde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.

No fue esta más hazaña, ¡oh gran Dios mío!,
del tiempo, por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad, con pecho fuerte

—que más fue sudar sangre que haber frío—,
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios a hombre que de hombre a muerte.

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