Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 20 de junio de 2021

Comentario al Nada te turbe


Todos conocemos este poemilla de santa Teresa de Jesús y muchos saben que lo llevaba manuscrito en un trozo de papel para señalar las páginas de su breviario. En esta oración, santa Teresa «nos» habla (es decir, nos transmite una enseñanza) pero, ante todo, «se» habla a sí misma (realiza una reflexión personal, una oración que le sale del alma).

Cuando comenzaron sus experiencias místicas y sus confesores le decían que era el demonio, sintió en su interior una voz que le dijo: «No tengas miedo, hija, que Yo soy y no te desampararé; no temas. […] Heme aquí con solas estas palabras sosegada, con fortaleza, con ánimo, con seguridad […]. ¡Oh, qué buen Dios! […] No solo da el consejo, sino el remedio» (V 25,18-19). Esta voz fue suficiente para pacificarla y darle una fortaleza sobrehumana.

Jesús habla a Teresa como habló a sus discípulos después de la resurrección, como Yahvé se manifestó tantas veces a sus elegidos en el pasado: «Ánimo, soy Yo, no tengas miedo». Ella sabe que «sus palabras son obras» (V 25,19) y, hablando con Él, dice: «Vuestra palabra no puede fallar» (CV 27,2). Así que, cuando Jesús dice a Teresa: «No tengas miedo», a ella se le van todos los temores y se renuevan sus fuerzas.

Pero es necesario recordar las palabras de Jesús en cada momento, por eso ella se dice a sí misma: «Teresa, que nada te turbe, que nada te espante… Solo Dios te basta». Sí, en él está todo lo que ansía tu corazón, todo lo demás es secundario. 

Cada vez que tenía una contradicción, se lo repetía interiormente y encontraba fuerza en este convencimiento, que heredó de san Pablo: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rom 8,31). 

Santa Teresa de Ávila dice en otro lugar: «Vos sois el amigo verdadero [...]. ¡Qué fiel sois, Señor, a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos, Señor de todas ellas, nunca faltáis. [...] Levántense contra mí todos los letrados, persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, pero no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien solo en Vos confía» (V 25,17).

Esta oración íntima de Teresa sirve para cada uno de nosotros. Yo también puedo decir: «Que nada me turbe, que nada me espante… Solo Dios me basta. Él es mi amigo verdadero. Pongo en él mi confianza, porque sé que nunca me fallará».

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