Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 27 de mayo de 2022

Comentario al Credo (8): Jesús subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios


En el Credo confesamos que "Jesús subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos". 

Jesucristo resucitado se manifestó de muchas maneras a los discípulos durante cuarenta días. Acabado ese tiempo, Jesús entró definitivamente en la gloria de Dios. 

Como a la derecha del rey se sentaba el príncipe heredero, se dice que Jesús «se ha sentado a la derecha del Padre» para indicar que comparte su poder y su gloria. 

Desde entonces ya no está en la tierra de forma visible, aunque está realmente presente de otras maneras: «Su cercanía se puede experimentar sobre todo en la Palabra de Dios, en la recepción de los sacramentos, en la atención a los pobres y allí “donde dos o más se reúnen en su nombre” (Mt 18,20)» (Youcat 110).

El Hijo de Dios se hizo hombre al nacer de la Virgen María. Cuando, después de su vida pública, muerte y resurrección, sube al cielo, lleva consigo nuestra humanidad y nos abre el camino de la vida eterna. Él mismo había dicho: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).

Al final de los tiempos, Cristo llevará a plenitud su obra salvadora. Como él respeta nuestra libertad, si hemos creído en su Palabra y hemos intentado ponerla en práctica, escucharemos de sus labios las palabras más dulces que se puedan imaginar: «Venid, benditos de mi Padre a heredar el reino preparado para vosotros desde antes de la creación del mundo» (Mt 25,34). En esos momentos, Dios mismo «secará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor» (Ap 21,4). 

Por desgracia, con nuestra elecciones equivocadas podemos echar a perder nuestra vida, aunque siempre podemos arrepentirnos y recibir el perdón de Dios, ya que él «no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión» (2Pe 3,9). 

Jesucristo anuncia el amor de Dios, que «quiere que todos los hombres se salven» (1Tim 2,4), pero también insiste en la responsabilidad de nuestros actos. Al final, «los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio» (Jn 5,29).

«El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia. Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia» (Catecismo de la Iglesia Católica, 681-682).

Oración de Lope de Vega:

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

¿Estoy dispuesto a abrir a Cristo las puertas de mi corazón hoy mismo?

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