Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 26 de febrero de 2024

La cruz de Cristo y la cruz de los cristianos


Los símbolos son muy importantes en nuestra cultura. Los usamos en matemáticas para indicar una suma o una resta y en química para señalar los elementos. Con una bandera identificamos a un país o una región. Los equipos de fútbol tienen su propio escudo. Si vemos una cruz verde en la calle, sabemos que allí hay una farmacia. También sabemos reconocer por sus logos una coca cola, un bolígrafo bic, unas zapatillas adidas o nike, un ordenador apple, el sistema operativo windows, un coche mercedes o una hamburguesería McDonald’s. 

Los cristianos también tenemos un símbolo que nos identifica: la cruz. Por eso la llevamos al cuello y la colocamos en nuestras casas y en nuestros templos.

En origen, la cruz era un instrumento de tortura usado por varias civilizaciones antiguas. Los romanos, en concreto, la usaban para castigar a los que se levantaban contra el poder del imperio. Era una muerte tan cruel, que no se podía aplicar a los ciudadanos romanos (solo a los extranjeros) y no estaba permitido crucificar a nadie en la ciudad de Roma (solo se podía hacerlo a partir de cierta distancia de la capital).

Para los cristianos tiene un significado distinto, porque Cristo murió en la cruz. Así, la cruz se ha convertido en imagen del amor y del sufrimiento de Cristo. Por eso, también es el signo que nos identifica a los cristianos.

Dice la Biblia que “Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Los cristianos seguimos a Jesús de Nazaret, que amó a los hombres hasta dar la vida por ellos en la cruz. Desde entonces, la cruz es el símbolo de su infinito amor. 

Jesús dijo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Para demostrarnos su amor, dio su vida en la cruz por todos los hombres. También por sus enemigos.

Cuando vemos la cruz, recordamos el amor de Cristo, que murió perdonando a los que le hacían daño: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). 

Al mirar la cruz, también recordamos que el amor de Cristo es más fuerte que la muerte, que su perdón es más grande que el pecado, que su misericordia no tiene fin.

Como Cristo sufrió tanto en la cruz, la cruz se ha convertido también en la imagen de los sufrimientos de todos los hombres. Jesús los ha cargado sobre sus espaldas y está siempre cerca de los que lloran. Él nos invita a tener misericordia de todos los que sufren y a ayudarlos, en la medida de nuestras posibilidades.

San Pablo enseña que “la cruz es locura para los que se pierden, pero es fuerza de Dios para los que se salvan” (1Cor 1,18). Los que quitan las cruces de los colegios y de los espacios públicos, en realidad quieren quitar a Cristo y su mensaje de la sociedad. 

El apóstol de los gentiles también decía: “Os lo digo con lágrimas: son muchos los enemigos de la cruz de Cristo” (Flp 3,18). Nosotros no somos enemigos de la cruz; al contrario, amamos la cruz de Cristo, que él bañó con su sangre preciosa cuando dio la vida por nuestra salvación. 

Por eso decimos esta antigua oración: “Tu cruz adoramos, Señor, y glorificamos tu santa resurrección. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”.

Jesús nos invita a abrazar nuestra propia cruz, unidos a él: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8,34). En este caso, no se refiere a una cruz de madera o de metal, sino a los sufrimientos de cada día. 

Si somos capaces de unirnos a Cristo también en los momentos de dolor, él se hace presente para ayudarnos con su gracia. De esa manera, nuestro sufrimiento se transforma en redención para el mundo.

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