Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 4 de abril de 2021

Poesía de Pascua. Secuencia


No hay palabras humanas que puedan expresar correctamente lo que la Iglesia celebra en la Pascua. No basta con decir que es el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo. Los cristianos queremos comprender el significado profundo de esos acontecimientos. Por eso repetimos con san Pablo que Cristo murió “por nuestros pecados” y que fue resucitado “para nuestra justificación” (Rom 4,25).

 La más antigua confesión cristiana de la resurrección afirma que sucedió «al tercer día según las Escrituras» (1Cor 15,4). El Kerigma predicado por san Pablo (y por los otros apóstoles) contiene dos características de la resurrección: que sucedió al tercer día y que se realizó según las Escrituras. 

Jesús resucitó «al tercer día». En esta afirmación resuenan varias ideas del Antiguo Testamento: 

En primer lugar, en las descripciones de la celebración de la alianza junto al Sinaí, el tercer día es siempre el de la teofanía, es decir, el día en que Dios aparece y habla. En este sentido, la resurrección de Jesús «al tercer día» supone una manifestación de Dios en nuestra historia, para hacer alianza con los hombres: la alianza definitiva. 

Además, según la mentalidad de la época, la corrupción del cadáver comenzaba después del tercer día, por lo que los primeros cristianos afirmaban que Jesús resucitó antes de que comenzara la corrupción de su cuerpo. 

Es bueno recordar que Juan afirma que Lázaro ya había comenzado el proceso de descomposición, porque llevaba cuatro días en el sepulcro (cf. Jn 11,39). 

También encontramos aquí una referencia al Salmo 16 [15],10: «No me abandonarás en el abismo ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción». La versión griega de los LXX, que es la que cita siempre el Nuevo Testamento, lo traduce así: «No abandonarás mi vida en el sepulcro ni dejarás que tu Santo conozca la corrupción». Este texto fue muy usado por la primitiva comunidad para explicar la resurrección de Cristo (cf. Hch 2,25-33). 

Cuando san Pablo afirma que Jesús murió, fue sepultado y resucitó al tercer día, afirma el realismo de la muerte, que lo llevó al sepulcro, pero no a la corrupción, porque la muerte de Cristo fue una victoria sobre la muerte, que no tuvo la última palabra. El proyecto de Dios sobre el hombre, tal como se ha manifestado en la resurrección de Cristo, es de vida eterna y no puede ser anulado ni por el pecado ni por la muerte.

Jesús resucitó «según las Escrituras». Esto significa que sucedió cumpliéndose las Escrituras, según un proyecto eterno de Dios. De esta manera, los primeros cristianos se sirvieron del Antiguo Testamento para explicar la muerte y resurrección de Cristo, que a su vez se convirtieron en la clave de lectura del Antiguo Testamento. 

Desde el principio, la Iglesia ha contado estas cosas cantándolas. De hecho, las cartas de san Pablo y el Apocalipsis recogen varios himnos de los orígenes del cristianismo que celebran el misterio pascual. La poesía y la música son buenos instrumentos para hablar de la Pascua.

Uno de los más antiguos himnos litúrgicos de la Iglesia romana es el pregón pascual, que ya está testimoniado desde el siglo IV, al final de las persecuciones del imperio romano contra los cristianos: “Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación…”

Algo más tardío, pero también de venerable antigüedad es la secuencia del día de Pascua, que encuentra una traducción muy acertada en la versión española del misal y del breviario. 

Nos unimos a la confesión de fe de santa María Magdalena, que dice “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!” y nos invita a realizar un viaje espiritual a Galilea para encontrarnos con Cristo resucitado:

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén. Aleluya.

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