lunes, 18 de abril de 2022
Resucitó según las Escrituras
Los primeros discípulos formularon su fe diciendo que Jesús resucitó «según las Escrituras». Esta frase es esencial para entender -y por tanto acoger bien- el gran anuncio de la resurrección, puesto que la palabra «resucitar», en principio, no significa más que levantarse o despertar de un sueño.
Pero en el caso de Jesús no nos encontramos ante un regreso a la situación anterior al momento de su muerte (como en el caso de Lázaro, por ejemplo), sino ante una situación completamente nueva, que solo las Escrituras pueden explicar, porque no tenemos otros puntos de referencia en la historia humana.
En la resurrección de Jesús se cumplen todas las Escrituras. Aunque pueda sorprendernos, la pasión, muerte y resurrección de Jesús entraban en el proyecto de salvación de Dios, preparado desde toda la eternidad y revelado desde antiguo. Por eso, los apóstoles hicieron un uso abundante del Antiguo Testamento para explicar el misterio de Jesús, especialmente el de su muerte y resurrección.
Además, si nosotros creemos esta verdad, lo hacemos «según las Escrituras», es decir, apoyándonos en el anuncio de los apóstoles, que recogen las Escrituras. Creer, aceptar la resurrección, es creer el anuncio del Nuevo Testamento. Este es el evangelio, dice Pablo (1Cor 15,1-2).
Que Jesús resucitó no significa que un muerto se puso de pie, que volvió a esta vida, sino que es muchísimo más: es el principio de la nueva creación. Significa que el Padre da la razón a Jesús y transforma toda su humillación en exaltación.
Todo lo que Jesús dijo e hizo revela su verdadero sentido porque se manifiesta auténtico, verdadero en él: confió en el Padre hasta la muerte y el Padre le ha librado de la muerte, haciendo mucho más que devolverle la vida perdida: le ha convertido en primogénito de los que resucitan, juez de vivos y muertos, última referencia de todo lo que existe.
Podemos tener la confianza de que todo lo sucedido con él y para él está destinado a suceder en nosotros; que él es el primero a quien siguieron y siguen muchos hermanos, quienes mueren con él para vivir con él para siempre en el Reino de Dios.
En Jesús descubrimos que la muerte física no es el final de nuestra existencia, porque hemos sido creados para amar a Dios y compartir su vida. Su amor y su vida son definitivos, eternos. En su resurrección se nos confirma su anuncio.
Al mismo tiempo, descubrimos en él que el dolor, el sufrimiento, las muertes de cada día, no frustran la realización de nuestra existencia. Las cosas, los afectos, los triunfos son secundarios para el cristiano. En Cristo sabemos que el amor gratuito de Dios (que es lo que da sentido a nuestra vida) no puede fallar y no tenemos miedo, porque estamos seguros de que «ni la muerte, ni la vida... ni otra criatura alguna, nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» (Rom 8,31-39).
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