Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 27 de julio de 2013

El valor del sufrimiento. San Tito Brandsma


Hoy se celebra
la memoria de san Tito Brandsma, o carm (1881-1942). El texto que les propongo está sacado de un prefacio que escribió para el libro de un amigo.


Jesús ha sufrido. Sí, el mismo Jesús, nuestro Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación. Él sufrió, fue crucificado, murió y fue sepultado.

La víspera de su pasión, rogó a su Padre celestial para que todos fueran uno con él. Se llamó a sí mismo Cabeza del Cuerpo Místico, del que nosotros somos los miembros. Él es la vid, nosotros los sarmientos. Se metió él mismo en el lagar y allí fue exprimido. Nos ha dado el vino para que, bebiéndolo, podamos vivir su misma vida, para que podamos compartir con él su sufrimiento. 


Lo ha dicho él mismo: El que quiera venir en pos de mí, es decir, cumplir mi voluntad, que cargue con su cruz y me siga; el que me sigue tendrá la luz de la vida; yo soy la vida; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis

Y no comprendiendo sus discípulos que la vía indicada era la de la pasión, se lo explicó diciendo: ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrar así en su gloria? Entonces ardieron en sus pechos los corazones de los discípulos. La palabra de Dios se había convertido para ellos en fuego. Y descendiendo después sobre ellos el Espíritu Santo, se sintieron contentos de sufrir, a su vez, el desprecio y la persecución, porque se hacían así semejantes a aquel que los había precedido en el camino del sufrimiento.

Los discípulos comprendieron que él no había querido apartarse de este camino que habían vaticinado antes los profetas. Desde el pesebre hasta la cruz, no supo de otra cosa, sino de sufrimiento, pobreza y desprecio. Consagró toda su vida a enseñar al pueblo que Dios mira el sufrimiento, la pobreza y el desprecio humano de modo muy diferente a como lo hace la necia sabiduría del mundo. 

El dolor es consecuencia del pecado y solo mediante la cruz se recupera la unión con Dios y la gloria perdida. El dolor es, por lo mismo, el camino del cielo. En la cruz está la salvación, en la cruz la victoria. Así lo ha dispuesto Dios, que quiso además tomar sobre sí el sufrimiento para lograr con él la gloria de la redención. Por eso, como dice san Pablo, los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá cuando haya pasado el tiempo de padecer y seamos ya partícipes de la misma gloria.

María, que conservaba todas las palabras de Dios en su corazón, supo comprender el gran valor del sufrimiento. Mientras los discípulos huían, ella salió al encuentro del Salvador, camino del Calvario, y permaneció al pie de la cruz participando en su oprobio y en sus últimos sufrimientos. Y lo puso en el sepulcro con la esperanza firme de su resurrección.

¡Ojalá nuestros corazones fueran tan ardientes y generosos como el suyo y se abrieran totalmente a los sentimientos del Sagrado Corazón de Jesús! Él dijo: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer. ¿Es nuestro deseo como el suyo? ¿No nos quejamos demasiado cuando él nos alarga el cáliz de la pasión? 

Es tan difícil para nosotros resignarnos al sufrimiento, que alegrarse de él nos parece algo heroico. Consideramos casi imposible el desear la cruz y el sufrimiento. Según el mundo es una locura desear sufrimiento y desprecio, como deseaba san Juan de la Cruz. 

Y a veces nosotros pensamos de modo semejante al del mundo con nuestras prudentes cautelas. ¿Dónde está la oblación que cada mañana hacemos de nosotros mismos, cuando nos unimos a la oblación, que ofrecemos junto con la Iglesia, de aquel con el que estamos unidos en un único cuerpo?

Jesús lloró una vez sobre Jerusalén: ¡Ojalá pudieses conocer tú hoy el don de Dios! ¡Ojalá pudiésemos también nosotros conocer hoy el gran valor que Dios ha puesto en nuestros sufrimientos!

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