Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 9 de agosto de 2013

Santa Edith Stein


Hoy es la fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz. Les propongo un escrito suyo que recoge el breviario para el oficio de lectura del día.

«Te saludamos, cruz santa, única esperanza nuestra», así lo decimos con la Iglesia en el tiempo de Pasión, tiempo dedicado a la contemplación de los amargos sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo.

El mundo está en llamas: la lucha entre Cristo y anticristo ha comenzado abiertamente, por eso si te decides en favor de Cristo ello puede acarrearte incluso el sacrificio de la vida.

Contempla al Señor que ante ti cuelga del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte de cruz. Él vino al mundo no para hacer su voluntad, sino la del Padre. Si quieres ser la esposa del Crucificado, debes renunciar totalmente a tu voluntad y no tener más aspiración que la de cumplir la voluntad de Dios.

Frente a ti el Redentor pende de la cruz despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza. Quien quiera seguirlo debe renunciar a toda posesión terrena.

Ponte delante del Señor que cuelga de la cruz, con corazón quebrantado; él ha vertido la sangre de su corazón con el fin de ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad, tu corazón ha de vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado debe ser el objeto de toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento.

El mundo está en llamas: el incendio podría también propagarse a nuestra casa, pero por encima de todas las llamas se alza la cruz, incombustible. La cruz es el camino que conduce de la tierra al cielo. Quien se abraza a ella con fe, amor y esperanza se siente transportado a lo alto, hasta el seno de la Trinidad.

El mundo está en llamas: ¿deseas apagarlas? Contempla la cruz: del corazón abierto brota la sangre del Redentor, sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno. Mediante la fiel observancia de los votos, mantén tu corazón libre y abierto; entonces rebosarán sobre él los torrentes del amor divino, haciéndolo desbordar fecundamente hasta los confines de la tierra.

Gracias al poder de la cruz puedes estar presente en todos los lugares del dolor adonde te lleve tu caridad compasiva, una caridad que dimana del Corazón divino y que te hace capaz de derramar en todas partes su preciosísima sangre para mitigar, salvar y redimir.

El Crucificado clava en ti los ojos interrogándote, interpelándote. ¿Quieres volver a pactar en serio con él la alianza? ¿Cuál será tu respuesta? Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. ¡Salve, cruz, única esperanza!

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