Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 20 de agosto de 2014

San Bernardo: sobre el amor a Dios


Hoy es la fiesta de san Bernardo de Claraval (1090-1153). Con tal motivo, recojo algunos pensamientos de su obra "Sobre el amor a Dios" ("De diligendo Deo").


El motivo de amar a Dios es Dios mismo. ¿Cuánto? Amarle sin medida. ¿Así de sencillo? Sí. Hay dos razones por las que Dios debe ser amado por sí mismo. Una, porque no hay nada más justo; otra, porque nada se puede amar con más provecho.


Preguntarse por qué debe ser amado Dios plantea dos cuestiones, pues podemos dudar radicalmente de dos cosas fundamentales: qué razones presenta Dios para que le amemos y qué ganamos nosotros con amarle. A estos dos planteamientos no encuentro otra respuesta más digna que la siguiente: la razón para amar a Dios es él mismo.

Mucho merece de nosotros quien se nos dio sin que le mereciéramos. ¿Nos pudo dar algo mejor que a sí mismo? Por eso, cuando nos preguntamos qué razones nos presenta Dios para que le amemos, esta es la principal: Porque él nos amó primero. Bien merece que te devolvamos el amor, si pensamos quién, a quiénes y cuánto ama. 

¿Pues quién es él? Aquel a quien todo ser dice: Tú eres mi Dios y ninguna necesidad tienes de mis bienes. ¡Qué amor tan perfecto el de su Majestad, que no busca sus propios intereses! 

¿En quién se vuelca este amor tan puro? Cuando éramos enemigos nos reconcilió ron Dios. Luego quien ama gratuitamente es Dios, y además, a sus enemigos. 

¿Cuánto? Nos lo dice Juan: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo único. Y Pablo : No perdonó a su propio hijo, sino que lo entregó por nosotros. Y lo afirma él mismo: Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.

¿De quién, sino de él, recibimos el alimento que comemos la luz que contemplamos y el aire que respiramos? Sería de necios pretender hacer una lista completa de lo que es incontable, como acabo de decir. Baste con haber citado los más imprescindibles: el pan, la luz y el aire. Los más imprescindibles, no porque sean los más trascendentes, sino los más necesarios al cuerpo.

los verdaderos creyentes saben por experiencia cuán vinculados están con Jesús, sobre todo con Jesús crucificado. Admiran y se abrazan a su amor, que supera todo conocimiento, y se sienten contrariados si no le entregan lo poquísimo que son a cambio de tanto amor y condescendencia. 

Los que se saben más amados son los más inclinados a amar; y al que menos se le da, menos ama. El pagano no vibra tanto ante el estímulo del amor como la iglesia, que exclama: Estoy herida de amor. Y en otro lugar: Dadme fuerzas con pasas y vigor con manzanas: ¡Desfallezco de amor!

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