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jueves, 30 de abril de 2015

Enseñanzas teológicas de la renuncia de Benedicto XVI (segunda parte)


Ayer comenzamos a tratar de las "enseñanzas teológicas de la renuncia de Benedicto XVI". Sigamos con una nueva parte de mi artículo sobre el argumento.


Sobre la validez de la renuncia

La insistencia en la invalidez de su renuncia por parte de algunos sectores conservadores de la Iglesia llevó al papa emérito a emitir una nota al año del suceso afirmando claramente: «No existe la menor duda sobre la validez de mi renuncia al ministerio petrino. Única condición de la validez es la plena libertad de la decisión. Las especulaciones sobre la invalidez de la renuncia son simplemente absurdas».

En realidad, él mismo había hablado de esa posibilidad, el año 2010 en el libro-entrevista con el periodista alemán Peter Seewald titulado «Luz del mundo», indicando que podría llegar a ser «un deber» si se daba la circunstancia: «Si un papa se da cuenta con claridad de que ya no es física, psicológica o espiritualmente capaz de ejercer el cargo que se le ha confiado, entonces tiene el derecho y, en algunas circunstancias, también el deber, de dimitir».

El 27 de febrero de 2013, en la última audiencia de los miércoles, explicó así los motivos de su renuncia: «En estos últimos meses, he notado que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para tomar la decisión más adecuada no para mi propio bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su importancia y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo».

Y añadió que su renuncia no significaba una vuelta a su vida anterior a la elección. Él es consciente de que su vida no le pertenece, sino que es de Cristo, pero hay distintas maneras de servirle y la edad y las condiciones físicas influyen en la manera concreta de hacerlo: 

«Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro».

Como vemos, con su afirmación «No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado», intentaba dar respuesta a la acusación que le lanzó el cardenal de Cracovia.

Benedicto XVI, plenamente consciente de la novedad que suponía su renuncia, expresó de manera clara y concisa los motivos que le llevaron a presentarla: 

«Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma, sucesor de san Pedro».

Volviendo sobre el tema de la renuncia, que algunos siguen considerando inválida hasta el presente, el famoso teólogo Hans Küng hizo pública una carta que le dirigió Benedicto XVI, en la que afirmaba: «Yo estoy agradecido de poder estar unido por una gran identidad de visión y por una amistad de corazón al papa Francisco. Hoy, veo como mi única y última tarea apoyar su pontificado con la oración». 

Ante la insistencia de algunos en que la cita era falsa, el periodista Andrea Tornielli escribió una carta al papa emérito preguntándole sobre la misma, a la que respondió con una nueva misiva: «El profesor Küng citó literal y correctamente las palabras de mi carta a él dirigida».

Precedentes de renuncias pontificias y legislación al respecto

Durante la Edad Media se usaron como «exempla» para justificar una posible renuncia varios casos. Tres de ellos sabemos hoy que no se dieron: Clemente Romano, Ciriaco y Marcelino. 

Del primero, se dice que lo hizo por humildad, en favor de Lino y Anacleto, primer y segundo sucesores de san Pedro, pero que a la muerte de estos recuperó el cargo. De los otros dos se dice que lo hicieron por causa de las persecuciones para no dejar la Iglesia de Roma sin obispo que la guiara.

Mayor credibilidad histórica tienen las otras renuncias que se citaban junto a las anteriores: las de los papas Ponciano (231-235), Cornelio (251-253) y Liberio (352-366). 

La renuncia del primero, que fue deportado a Sardeña por el emperador Maximino, es la primera realmente documentada en la historia de la Iglesia. Por su parte, el emperador Treboniano Galo desterró a Civitavecchia a Cornelio y el emperador Constancio II desterró a Berea de Tracia a Liberio. Parece que estos dos siguieron el ejemplo de Ponciano, aunque los casos no fueron exactamente iguales ni están tan documentados como el anterior.

Desde el s. IV tenemos varios casos de renuncias de obispos a sus sedes movidos por el «zelum melioris vitae»; es decir, para entrar en un monasterio o dedicarse a la vida eremítica, pero en ningún caso se trata del titular de la sede romana.

Solo se encuentra un intento de renuncia en 1197 por parte de Celestino III, que se encontraba a punto de morir, pero los cardenales no se la admitieron. 

Para evitar que pudiera repetirse un intento similar, su sucesor Inocencio III, en el discurso de su coronación pontificia desarrolló el tema del matrimonio espiritual entre el pontífice y la Iglesia romana y afirmó que ese lazo es indisoluble hasta la muerte del primero, declarando ilícito cualquier tipo de divorcio entre el papa y la Iglesia romana, tanto por causa voluntaria («renuntiatio») como obligado por otros («depositio»), excepto en caso de herejía.

Los canonistas se encargaron de dar forma a esa teoría afirmando que el papa no podía renunciar por «defectus superioris»; es decir, porque no hay nadie por encima de él a quien presentar la renuncia. 

En el caso de los obispos era distinto, porque presentaban la renuncia al papa, que podía aceptarla o rechazarla después de escuchar sus motivaciones.

Por eso, cuando Celestino V presentó su renuncia en 1294, la Iglesia se dividió entre quienes la rechazaban frontalmente y los que la aceptaron pensando que no aceptarla comportaría un perjuicio a la «salus animarum» de los fieles. Su sucesor Bonifacio VIII la aceptó como válida para poder justificar su elección, pero la mayoría de los contemporáneos la rechazaron.

Ubertino da Casale, considerado el mejor teólogo de la época, la calificó de «horrenda novitas» y no dudó en tildar a su sucesor de «anticristo». Todos saben que Dante colocó a Celestino V en el infierno afirmando de él «che fece per viltade il gran rifiuto» (que hizo la gran renuncia por villanía).

De hecho, ningún otro pontífice después de él presentó la renuncia, aunque algunos tomaron muy en serio la posibilidad de hacerlo, como Pío XII y Pablo VI. 

El código de derecho canónico de 1917 aceptó esa posibilidad (canon 221), al igual que el de 1983 (canon 332 § 2), que dice: «Si el romano pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie». Esta disposición se repite con las mismas palabras en el código de cánones de las Iglesias orientales de 1990 (canon 44 § 2).

Mañana hablaremos de san José obrero, pasado del mes de María, el domingo de la fiesta de la Cruz de mayo y del día de la madre y el lunes del capítulo general de la Orden, que tendrá lugar en Ávila. El artículo seguirá el 5 de mayo, si Dios quiere.

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