Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 29 de diciembre de 2020

Letrilla de Góngora al nacimiento de nuestro Señor


En la Edad Media fueron muy populares los «romances», tanto declamados como cantados. Suelen narrar una historia en verso, siempre en la lengua de la gente (esa era la lengua «romance», a diferencia del latín, que era el idioma culto). Perduraron a lo largo de los siglos (san Juan de la Cruz escribió varios, por ejemplo), pero cada vez cobraron más importancia otro tipo de poemas: las «letrillas» y los «villancicos».

Las letrillas estaban escritas en estrofas normalmente breves (como coplas, cuartetos y redondillas), que terminaban siempre con unos versos, a modo de estribillo, que repetían la misma idea en torno a la que giraba todo el poema. 

Algo parecido eran los villancicos, que siempre terminaban con un estribillo, aunque las estrofas podían desarrollar varios temas. Con el tiempo, muchas veces llegaron a identificarse.

Tanto las letrillas como los villancicos eran poemas populares, muchas veces humorísticos, que se podían declamar o cantar en las más variadas ocasiones, especialmente en las grandes fiestas religiosas: Navidad, Epifanía, Corpus Christi, etc.

Todos nuestros clásicos practicaron estos géneros. Hoy les ofrezco una letrilla muy conocida de Luis de Góngora y Argote (1561-1627), el poeta más original del siglo de oro español. Es también el mejor representante del «culteranismo» o «gongorismo», tan cultivado a lo largo de los siglos. No pretende ser claro, por lo que cambia el orden de las frases y usa muchas metáforas y referencias a obras clásicas.

Aquí dice que la Virgen María es la Aurora, que precede al Sol, que es Jesús. A la Aurora se le ha caído un clavel sobre el heno; es decir, ha dado a luz a Jesús en un pesebre. 

El clavel hace referencia a la carne y a la sangre de Jesús, indicando que padecerá por salvarnos. Más adelante lo llama «rosicler», que es una piedra preciosa roja, parecida al rubí, y también hace referencia al color rosado que adquiere el cielo durante la aurora.

María está adornada de un solo clavel, ya que solo ha tenido un hijo: Jesús. Después de dar su clavel divino al mundo, ha permanecido florida, igual que antes; es decir, virgen después del parto.

Hoy no quiero alargarme más en analizar el texto, como si fuera un profesor de literatura. Solo quiero alegrarme como el heno, como el suelo, porque la Virgen María nos ha dado a Cristo: flor, luz, calor, belleza, esperanza y salvación nuestra. A él la gloria por los siglos. Amén. 


Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!

Cuando el silencio tenía
todas las cosas del suelo,
y coronada del hielo
reinaba la noche fría,
en medio la monarquía
de tiniebla tan crüel,
            caído se le ha un clavel
            hoy a la Aurora del seno:
            ¡qué glorioso que está el heno,
            porque ha caído sobre él!

De un solo clavel ceñida
la Virgen, Aurora bella,
al mundo se lo dio, y ella
quedó cual antes florida;
a la púrpura caída
solo fue el heno fïel.
            Caído se le ha un clavel
            hoy a la Aurora del seno:
            ¡qué glorioso que está el heno,
            porque ha caído sobre él!

El heno, pues, que fue digno,
a pesar de tantas nieves,
de ver en sus brazos leves
este rosicler divino,
para su lecho fue lino,
oro para su dosel.
            Caído se le ha un clavel
            hoy a la Aurora del seno:
            ¡qué glorioso que está el heno,
            porque ha caído sobre él!

La pintura que acompaña esta entrada es obra de la canadiense Claudia Tremblay.

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