Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 15 de noviembre de 2022

El Cristo velado de la capilla Sansevero de Nápoles


En Nápoles se conserva una de las capillas funerarias más impresionantes del mundo entero. Una de esas maravillas que solo se pueden encontrar en Italia, en las que los suelos, las paredes y los techos están trabajados con un preciosismo deslumbrante. Pero lo que más llama la atención es la escultura de Cristo yacente cubierto por un velo, que se encuentra en el centro del edificio.

La escultura fue realizada en un único bloque de mármol blanco por Giuseppe Sanmartino (1720-1793) cuando contaba 33 años y es una de las grandes obras maestras de la historia de la escultura.

Jesús está cubierto por un velo tan fino que deja traslucir los miembros maltratados del cuerpo de Cristo, incluidas sus llagas. Bajo el velo impalpable se adivinan cada uno de sus músculos, venas y heridas que la tela debería cubrir. Sin embargo, el rostro no refleja sufrimiento, sino serenidad.

En los labios entreabiertos de Cristo se puede adivinar la huella de una sonrisa que abre a la esperanza de la resurrección. El profundo dolor de la pasión ha pasado del cuerpo al alma. El cuerpo reposa en paz y el alma se abre a la esperanza, como la boca de este Cristo yacente, que transmite paz y serenidad a quien lo contempla.

A los pies están representados con virtuosismo la corona de espinas, los clavos y las tenazas que se usaron para arrancarlos de la cruz. Están tan bien talladas, que parecen piezas sobrepuestas.

Estas cosas no las pueden percibir los turistas «consumidores de monumentos», a los que solo les interesa tomarse una foto en cada lugar que visitan. Se necesita hacer silencio y contemplar, abrir los ojos para mirar con atención.

El velo está labrado con tal pericia que parece una tela real colocada sobre la escultura. De hecho, hay visitantes que intentan levantarla para ver mejor la escultura que estaría debajo.

Una leyenda local dice que el príncipe Raimundo de Sangro (el comitente, que era un extraño científico y alquimista) consiguió calcificar la tela en mármol cristalino por medio de un proceso alquímico.

Otros amigos de lo exotérico defienden teorías aún más extrañas para explicar la belleza casi «sobrehumana» de la obra. Hay incluso quienes dicen que se trata de un bañante que descansa en las termas debajo de un velo perfumado después de un baño relajante (de ahí la expresión de serenidad del rostro). La lava de un volcán lo habría recubierto y petrificado mientras dormía.

La obra es de tal perfección que el escultor Antonio Cánova (1757-1822), que era llamado «el nuevo Fidias» por sus contemporáneos, intentó comprarla pagando por ella todo lo que tenía. Al no poder hacerlo, afirmó que no le importaría dar diez años de su vida con tal de haber sido él el propietario de tal maravilla, ya que no había podido ser su autor.

A continuación les pongo algunas fotos con detalles de la obra:

Vista de conjunto de la capilla. Cada uno de los detalles y el conjunto provocan admiración, asombro, estupor en quienes lo contemplan.

La imagen de Cristo yacente, situada en el centro de la capilla, vista desde arriba.

Detalle de la figura, con el velo tallado en la misma pieza de mármol que el resto de la escultura. Se puede ver la herida provocada por la lanza en el costado de Cristo.

El rostro de Cristo, ladeado, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, que transmite serenidad. Nótese la vena hinchada en el entrecejo, como si el Señor estuviera despertando de la muerte y sus miembros estuvieran volviendo a la vida. Incluso el velo parece pegarse a la fosa nasal izquierda, como si estuviera iniciando a respirar.

La delicadeza del trabajo hace que la tela parezca verdadera. De ahí todas las leyendas que han surgido en torno a esta obra.

Algunos detalles: el rostro, los clavos con las tenazas y la corona de espinas. Se han necesitado cientos o miles de golpes del escalpelo para hacer esa corona, en la que cada espina está separada y la corona parece permanecer flotando sobre la tela.

El velo, más que mostrar, sugiere lo que hay debajo. Aquí se puede observar el hueco de la llaga en la mano, que provocó el clavo, y hasta las venas de la mano.

La mano de Cristo parece estar en movimiento, como si quisiera liberarse de la tela para ponerse en pie.

En los pies, además de los huecos dejados por los clavos, se pueden apreciar hasta cada uno de los huesos de los dedos y las uñas.

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