Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 2 de diciembre de 2016

Reflexiones sobre la actualidad del Adviento


Como vimos ayer, a mediados del siglo XX la Iglesia se encontraba con numerosas prácticas de piedad heredadas, a veces de procedencias muy diversas y difíciles de compaginar entre sí, por lo que decidió realizar una reforma general de su liturgia, conservando solo las evoluciones históricas que han enriquecido su espíritu sin distorsionarlo.

Las intervenciones de los papas Pío X, Pío XII y Juan XXIII y los numerosos estudios del movimiento litúrgico prepararon el camino que desembocó en la Sacrosanctum Concilium, la constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II.

El mismo año que fue publicada dicha constitución (1963), Thomas Merton escribió un artículo titulado: El Adviento, ¿esperanza o engaño?, en el que reflexionaba sobre el conflicto entre el ingenuo optimismo del Adviento y las dificultades de la vida real. 

Tradicionalmente se ha dicho que en Adviento celebramos el recuerdo del tiempo anterior a la venida de Cristo al mundo, para poder valorar mejor lo que significa su llegada. Pero, si él ya ha venido y se ha quedado entre nosotros, la sociedad podría esperar que los cristianos lo hicieran visible con sus obras. No podemos considerar impertinente que nos exijan que les permitamos ver lo que decimos que poseemos. Si el Reino de Dios ya se ha hecho presente, ¿dónde están la paz y el amor que deberían caracterizarlo?

La respuesta de Merton consiste en subrayar la condición kenótica de la venida del Hijo de Dios al mundo. Cristo no vino al mundo porque los hombres estaban preparados para recibirlo, sino a pesar de que no lo estaban. Él, que se despojó incluso de su condición divina para asumir nuestra débil naturaleza (cf. Flp 2,6ss), continúa una existencia escondida y pobre en nosotros. 

La fuerza de la Iglesia no se encuentra en una plenitud humana, que podría dar lugar a la arrogancia, sino en la obra escondida de Dios en los corazones humildes, que se sienten pobres; es decir: que se saben aún necesitados de la venida de Dios a sus vidas. 

El Adviento consiste en aceptar siempre con humildad la gracia que Cristo nos ofrece, que no merecemos, pero necesitamos. El Adviento es una invitación a acoger a Cristo en el mundo real que nos ha tocado vivir, tal como es, no como debería ser. En nuestro mundo herido por el pecado sigue viniendo al encuentro de los que lo esperan.

Joseph Ratzinger, por su parte, tuvo al año siguiente (1964) una conferencia que tituló: ¿Estamos salvados?, o Job habla con Dios, en la que también reflexionó sobre la insuficiencia de la interpretación tradicional del Adviento . 

Parte de la explicación común de las cuatro velas de la corona de Adviento como conmemoración de los cuatro mil años de tinieblas y de condenación de la humanidad antes de Cristo, que finalmente trajo la luz y la salvación del mundo. Y se pregunta: ¿cómo compaginar la concepción del tiempo posterior a Cristo como tiempo de salvación con el sufrimiento que millones de personas siguen padeciendo? 

No se podía seguir aceptando la división del tiempo en una etapa de perdición (anterior a Cristo) y otra de salvación (en la que ahora vivimos). Además, si meditamos en el sufrimiento que los cristianos hemos causado a otras personas a lo largo de los siglos, tampoco podemos aceptar una división entre los pueblos que ya viven la salvación y los que aún no la han alcanzado. No se puede dividir el tiempo y el espacio entre buenos y malos. Más bien, el pecado y la gracia están mezclados en toda experiencia humana. 

Con estos presupuestos, entraba en crisis la interpretación del Adviento como representación sagrada del tiempo, en la que se ofrecían a nuestra consideración los siglos anteriores a la venida de Cristo para nuestra edificación, para que pudiéramos gustar con mayor alegría la salvación que Cristo nos ha traído. 

Por eso afirma que «el Adviento no es un mero recuerdo y una pura representación del pasado, sino que es nuestro presente y nuestra realidad». A partir de ahí, Ratzinger intenta hacer una nueva reflexión teológica sobre el Adviento.

Vivimos en un mundo que sigue dividido y enfrentado. Nosotros mismos hacemos experiencia cotidiana de debilidad y de sufrimiento. ¿Podemos seguir afirmando que estamos salvados? 

Quizás lo más terrible de esta pregunta no consista en que no termine de funcionar una manera de dividir la historia en antes y después de Cristo, sino en que se plantea el tema de la funcionalidad del cristianismo. 

Por un lado, creemos que la salvación de Dios ya ha llegado a la tierra, que Cristo ya ha vencido sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte. Por otro, tras dos mil años de cristianismo, vemos que el mundo sigue sumergido en las mismas violencias e ignorancias que antes. Incluso los bautizados sufrimos las mismas tentaciones y problemas que los que no lo están.

Hemos de admitir que, en la historia de la humanidad y en la historia de cada ser humano, siempre es Adviento. Es decir: Dios no ha dividido la historia en una etapa oscura y otra luminosa. Solo existe una historia, caracterizada desde el principio por la debilidad del hombre, y situada desde el principio bajo la mirada compasiva de Dios. Él conoce nuestras miserias (personales y colectivas) y siempre está dispuesto a venir a nuestro encuentro para salvarnos. 

Pero entonces, ¿por qué no lo vemos? Por su voluntario ocultamiento, que se ha manifestado históricamente en la elección de un pueblo pequeño, en el nacimiento de su Hijo en la pobreza y en su muerte en la cruz, mientras exclamaba: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). 

A Dios no podemos acercarnos con los criterios de este mundo. Él está escondido y hemos de escondernos con él. Como Job, que después de enfrentarse a Dios tuvo que admitir que hablaba de cosas que le superaban (cf. Job 42,3), los creyentes deben asumir que todas sus palabras sobre Dios son parciales. 

Lo primero que deben aceptar es que siempre necesitan de la venida del Señor. Si siguen ansiando su redención y suplicándole con humildad que venga, están viviendo el Adviento. Si le dejan actuar en sus vidas, están acogiendo el Adviento. Si lo hacen presente entre los hombres, les están transmitiendo los contenidos del Adviento.

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