Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 3 de febrero de 2017

Domingo y eucaristía


Desde un primer momento, la celebración cristiana por excelencia fue la eucaristía dominical, hasta el punto de que las liturgias orientales siguen llamando «divina Liturgia» a la misa. Al principio, la eucaristía se celebraba solo el domingo. No el día de reposo judío (el sábado), ni el día en que Cristo celebró la última Cena (el jueves) ni el día de su muerte (el viernes), sino el día de la resurrección, porque solo en la resurrección de Cristo encuentran pleno sentido las otras cosas.

En los escritos apostólicos se encuentran algunas referencias a una eucaristía  dominical (cf. Hch 20,7-12; 1Cor 16,1-2). La costumbre enraizó rápidamente, como testimonia la Didajé: «El día señorial, el del Señor, cuando os hayáis reunido, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro». 

La celebración era muy sencilla. Constaba de lecturas, predicación, preces, oraciones sobre el pan y el vino, haciendo memoria de la muerte y resurrección del Señor, en la esperanza de su retorno. El acto concluía con la comunión, un signo de paz y una colecta a favor de los necesitados, tal como describe san Justino en su primera Apología.

A mediados del siglo II, Melitón de Sardes escribió un tratado sobre el domingo y la eucaristía dominical que se ha perdido. 

que conservamos algunas reflexiones sobre el domingo, recogidas en el siglo III en la Didascalía de los apóstoles. Allí se prohíbe ayunar el día del Señor, en el que hay que estar «siempre alegres, porque el que se aflige en domingo comete un pecado». Ese día «nos alegramos y nos deleitamos», no por la participación en actividades lúdicas, sino en las obras de piedad. Y recomienda al obispo que enseñe a los fieles a perseverar en la eucaristía dominical. Con su participación, construyen el Cuerpo de Cristo, que está presente en medio de los fieles, cumpliendo su promesa: «No privéis a nuestro Salvador de sus miembros; no rasguéis y no disperséis su cuerpo; no antepongáis vuestros asuntos temporales a la palabra de Dios, antes bien, dejadlo todo cuando llega el día del Señor y corred con diligencia a la Iglesia. Porque, ¿qué excusa darán a Dios los que no se reúnen el día del Señor para escuchar la palabra de vida y alimentarse con el alimento divino que perdura eternamente?».

El Catecismo de la Iglesia católica da tanta importancia a la eucaristía dominical, que llega a afirmar que «la eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana».

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