Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 29 de abril de 2017

¿Qué es la «liturgia»? (2)


Ayer comenzamos a hablar de la «liturgia» y explicamos que no debemos identificarla con una coreografía (el ceremonial), ni con el rubricismo (el estudio de las leyes que regulan las celebraciones, llamadas «rúbricas»).

Quienes reducen la liturgia al ordenamiento concreto del culto oficial, falsean la concepción auténticamente cristiana. Insisten en la «objetividad» del culto, que debería realizarse de la misma manera en todos los sitios, limitando al máximo la «subjetividad» del que preside o de los que participan. 

Por eso llaman «paraliturgias» a las celebraciones que no están reguladas en un ritual, tienen normas escrupulosas sobre quién tiene que entonar los cantos y desde dónde, cómo hay que colocar el purificador en el cáliz y el misal en el altar, cuántas moniciones hay que realizar y en qué momentos... 

Confunden las legítimas sensibilidades estéticas (queriendo, además, imponer las propias como únicas válidas) con los contenidos de la liturgia, que son mucho más ricos.

Los sacramentos y la liturgia de las horas son acción de Cristo y del pueblo de Dios. Pero los sacramentales y ejercicios piadosos que realiza la comunidad cristiana «en Espíritu y verdad» también lo son, ya que por medio de ellos Dios santifica a los hombres y los hombres ofrecen un culto agradable a Dios. 

De hecho, varias Iglesias ortodoxas consideran sacramentos los siete tradicionales de los católicos, pero también varios más, tal como hacía la tradición de la Iglesia indivisa durante el primer milenio.

Este es el motivo por el que «no se puede contraponer la oración interior, libre de todas las formas tradicionales, como piedad "subjetiva", a la liturgia como piedad "objetiva" de la Iglesia. Toda oración auténtica es oración de la Iglesia, y es la Iglesia misma la que ahí ora, porque es el Espíritu Santo que vive en ella el que, en cada alma, "intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rom 8,26). Precisamente esto es la oración "auténtica", "pues nadie puede decir Señor Jesús, sino en el Espíritu Santo" (1Cor 12,3). ¿Qué sería la oración de la Iglesia si no fuera la entrega de los grandes amadores a Dios, que es el Amor?» (Santa Teresa Benedicta de la Cruz –Edith Stein–, copatrona de Europa)

Es cierto que la liturgia es celebración de la Iglesia y que, como tal, necesita de unas normas referenciales, pero debemos recordar siempre que es el Espíritu Santo el que da valor a la liturgia (a toda liturgia realizada con autenticidad), no la obra de los hombres (perfecta repetición de fórmulas, estudio de todos los suplementos publicados, multiplicación de subsidios...).

Nunca deberíamos olvidar que la liturgia ha sido denominada a lo largo de los siglos «Opus Dei» (‘obra o actuación de Dios’). Lo esencial no es el esfuerzo del hombre por acercarse a Dios (por tanto, lo que el hombre aporta), sino su admisión en la vida trinitaria (por tanto, lo que el hombre recibe). Lo que Dios nos regala en el culto es mucho más importante que lo que nosotros podemos ofrecerle.

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