Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 4 de agosto de 2017

Estamos en el mundo para servir a los demás


En otras entradas hemos hablado de los orígenes judíos de santa Teresa Benedicta de la Cruz, así como de sus estudios y de sus inquietudes políticas e intelectuales, hasta que comienza la primera guerra mundial.

En 1915, la mayoría de sus compañeros de estudios y los profesores más jóvenes se encuentran en el frente. Edith podría haber finalizado con facilidad sus estudios y haber encontrado cómodamente un trabajo, pero su conciencia no se lo permitió.

Ella se da cuenta de la trascendencia del acontecimiento y se alista como voluntaria en la Cruz Roja para atender a los heridos infecciosos en el frente (destino que reclamaba urgentemente personal sin conseguirlo). 

Consciente de la seriedad del momento, escribió: «Ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al servicio de este gran acontecimiento. Cuando haya terminado la guerra, si sigo viviendo, entonces podré pensar de nuevo en mis asuntos privados». 

Hizo prácticas de enfermería en su propia ciudad, en los pabellones de tuberculosos y de cirugía. 

Mientras esperaba su convocatoria realizó las pruebas orales de licenciatura (capacitación para la enseñanza): «El examen me parecía algo ridículamente sin importancia en comparación con los acontecimientos que vivíamos». 

Una vez en su destino, ayudó día y noche, con tanto desinterés, arrojo y cariño, que consiguió cambiar poco a poco el ambiente moralmente degradado de su entorno. 

Acabado su servicio vuelve a casa y, mientras sustituye a un profesor de latín gravemente enfermo, continúa trabajando en su tesis doctoral, ahora sobre el problema de la intuición, que defiende en 1916. 

Durante los dos años siguientes trabajó como colaboradora de Husserl, cosa verdaderamente novedosa para una mujer en aquellos tiempos. 

Ella quería ayudar al maestro genial a avanzar en sus investigaciones, a publicar las nuevas obras que los especialistas esperaban de él, para lo que asistía a todas sus clases y daba seminarios de presentación de su pensamiento. Sin embargo, los horrores de la guerra y la muerte de su hijo habían frenado sus energías y le impiden concluir ningún proyecto.

En 1918 se independiza, con el deseo de seguir con sus trabajos científicos personales y con la pretensión de conseguir una cátedra en la Universidad, lo que no logrará a pesar de sus repetidos intentos. 

Sí que consiguió que en 1920 el gobierno publicara un decreto en favor de que las mujeres tuvieran acceso a cátedras universitarias, aunque se aplicó algo más tarde. Su puesto como ayudante de Husserl lo ocupó Heidegger.

Su corazón inquieto siguió buscando el bien, la verdad y la belleza, lo que la llevó al encuentro con Cristo y a su conversión al catolicismo. Pero ese es otro capítulo de su vida, que trataremos en otro momento.

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