Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 20 de octubre de 2017

La crisis de la autoridad


Es fácil constatar que las sociedades occidentales viven una crisis general del sentido de la autoridad y de la obediencia. De hecho, si se escribe en Google «crisis de la autoridad» salen 3,600.000 entradas sobre el argumento. Si se escribe en inglés «crisis of authority» salen 204,000.000.

Esto afecta por igual al sistema educativo, a las relaciones familiares, sociales y religiosas. Son muchos los que afirman que la crisis de autoridad que se vive en las escuelas, en las calles y en las instituciones políticas, proviene de su ausencia en las familias. La falta de respeto que los niños y jóvenes tienen hacia sus profesores, hacia el personal sanitario y hacia el mobiliario urbano, los vecinos de casa o los desconocidos en la calle es sencillamente la prolongación de su habitual «modus operandi» en el hogar, donde impera el permisivismo y toda percepción de autoridad ha desaparecido.

Por desgracia, a las nuevas generaciones no se les ha enseñado a distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo verdadero y lo falso, por lo que abundan los individuos sin modelos válidos de referencia, sin ideas morales, caprichosos e inmaduros, sin capacidad de esforzarse de una forma continuada y sin tolerancia a la frustración.

Durante siglos, la autoridad y la tradición vertebraron el mundo, pero, en los últimos decenios, las instituciones han perdido legitimidad con respecto a unos sujetos que cada vez quieren ser más autónomos y libres. Las relaciones humanas se han hecho menos jerárquicas y autoritarias (con los beneficios que esto conlleva), pero al mismo tiempo se han convertido en más frágiles e inciertas.

Es significativo que en las marchas por la paz celebradas en Barcelona después de los últimos atentados terroristas se exhibieran pancartas contra los presidentes del Estado y del gobierno, que estaban allí presentes, y eso no haya tenido consecuencias. 

Durante los últimos años, varias veces los sucesivos presidentes del gobierno español (en activo o retirados) han tenido que interrumpir conferencias en distintas universidades por las protestas de algunos grupos, sin que eso tampoco haya tenido consecuencias para los que se manifestaron contra las autoridades políticas e interrumpieron los actos académicos.

A nivel religioso, llama la atención que en el concilio panortodoxo de 2016, presidido por el patriarca de Constantinopla (al que teóricamente se le reconoce un primado jerárquico) no quisieron participar los representantes de las Iglesias de Rusia, Bulgaria, Georgia y Antioquía, que tampoco aceptaron sus conclusiones.

Lo mismo podemos decir de los miembros de la comunión anglicana, que tradicionalmente también aceptaban el primado del arzobispo de Canterbury. En los últimos años, algunas de las congregaciones locales han tomado decisiones sobre temas particulares (como la ordenación de mujeres y de ministros homosexuales, por ejemplo) que no han sido aceptadas por todos y desde el 2005 se permite que los primados y sus congregaciones puedan formar parte de la Conferencia de Lambeth y del Consejo consultivo anglicano sin estar en comunión con el primado de Canterbury.

Más cercano a nosotros y quizás más significativo es el caso católico (por el peso que la comunión con el obispo de Roma ha tenido en nuestra historia). Hay cuatro cardenales que desde el año pasado han escrito varias cartas públicas mostrando su desacuerdo con el papa Francisco en algunos temas morales y doctrinales. 

Algunos periodistas (que hasta hace poco se manifestaban como paladines de la ortodoxia y de la comunión con Roma), no dejan de manifestar su desacuerdo con el papa actual a cada momento. Sin embargo, son muchos los fieles y sacerdotes que los apoyan.

Frente a la crisis de autoridad que vivimos en la sociedad y en la Iglesia, y a la incertidumbre que causa la falta de seguridades, no debe extrañarnos que algunos individuos y grupos hagan todo lo posible por asegurar y mantener el orden establecido, desconfiando de cualquier propuesta de cambio. 

Incluso hay quienes apuestan por la propuesta contraria, aceptando el autoritarismo como única solución posible a la disgregación actual. Este es el caldo de cultivo en el que florecen los populismos, fundamentalismos y movimientos pseudomesiánicos.

Continuará la semana próxima. Feliz fin de semana a todos.

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